Una de las grandes decisiones en los que se cambia de entorno, motivaciones y objetivos es la que se toma cuando acabas la formación en la universidad, donde muchos de los estudiantes comienzan a explorar sus primeras opciones en el mundo laboral. Desgraciadamente, en los últimos años, éste ha sido un salto difícil de dar ya que estas oportunidades de trabajo han sido escasas, con malas condiciones y con pocas perspectivas de continuar una carrera profesional dentro de la compañía.
Durante todo este tiempo, hemos oído declaraciones de empresarios que se quejan de la poca formación como profesionales que los recién salidos de las universidades poseen y cómo ello ha servido de excusa para el empeoramiento de las condiciones que antes mencionaba en las primeras oportunidades: todos conocemos historias de prácticas no remuneradas, contratos precarios de 6 meses que casualmente nunca se renuevan, etc. Finalmente, esto ha llevado a que algunos de estos empresarios se hayan permitido el lujo de dar lecciones a la universidad de las capacidades que los estudiantes deben tener cuando acaban su carrera o su máster, tanto transversales como técnicas. Seguramente, en algunas ocasiones, lleven parte de razón, pero en muchas otras, como la que os cuento a continuación, creo que es un grave error, no sé si de concepto o de percepción.
Universidad Autónoma de Madrid, donde algunos de los miembros de PiperLab pasaron algún tiempo formándose ;)
Tuve la oportunidad de asistir a un evento donde un conocido CEO de este país se quejaba abiertamente de que los «ingenieros informáticos salen de la carrera sin saber programar para móviles» y que, por tanto, esto implicaba que la universidad no servía para demasiado. Este es el tipo de actitudes que alejan las Empresas y la Universidad, ya que, en mi opinión, la formación universitaria debe ser independiente de intereses económicos y no debe ser vista exclusivamente como el aprendizaje de un conjunto de técnicas que interesan a las empresas sino la adquisición de una forma de estructurar la cabeza y de madurar los problemas, algo que esta persona no se creía con argumentos tales como que «eso de enseñar a pensar le parecía un cuento» y que «nadie le iba a bajar del burro». No pude reprimirme el contestarle que si hubiera contratado a alguien con talento y le hubiera dado las herramientas de formación necesarias, en poco tiempo habría adquirido esa competencia técnica que él tanto requiere, ahora tendría alguien muy valioso en su equipo, con capacidad de resolver muchos problemas, de crecer y de enseñar a otros… pero debe ser que él sólamente quería alguien que programara mucho y pensara poco.
Pero no todo son malas noticias en esta difícil relación entre Empresa y Universidad. La semana pasada asistí a la Conferencia Internacional sobre Ciencia de Redes NetSci 2015, celebrado en Zaragoza. Durante uno de los eventos previos al programa principal del congreso, el NetSci Backstage, se habló de cómo rellenar el hueco existente entre la Academia y la Empresa.
Fue genial ver cómo grandes empresas sí valoran las capacidades que la universidad posee, cómo buscan formas de colaborar con ellas, cómo surge el traspaso de conocimiento entre diferentes instituciones y cómo incluso las personas cambian entre ellas sin ningún tipo de prejuicio y siendo consciente del valor que aporta cada parte: las universidades buscan transferir el conocimiento que generan para su aplicación fuera del ámbito académico (y que ello les pueda proporcionar una fuente de ingresos adicional para la financiación de futuras investigaciones) y las empresas valoran el talento y la producción científica que los centros universitarios realizan (y salvar el obstáculo de crear equipos internos de investigación dentro de ellas). Si queremos abordar asuntos como los famosos «cambios en el modelo productivo» y la muchas veces prostituida «apuesta por el I+D+i», éste es el camino a seguir. No todo está perdido.