La comunidad internacional, en la Agenda 2030 de la ONU, fijó los Objetivos de Desarrollo Sostenible para mejorar el bienestar de los individuos y del planeta. Sin duda, sólo será posible llegar a esta meta a través de un conocimiento profundo de la situación, que, a su vez, nos permita realizar un adecuado diagnóstico en todos los campos previstos y operar los cambios necesarios, controlando debidamente que se realicen progresos en la buena dirección. Aquí puede resultar útil el Big Data.
Con el convencimiento de que hoy tenemos, y además, en su caso, podemos desarrollar las herramientas a nuestro alcance para lograr tan ambiciosos objetivos, cabe resaltar que una actuación financiera de los entes públicos y privados más ajustada a la realidad, a partir de la existencia de abundantes y extensos datos cualitativamente fiables, puede contribuir a generar un impacto positivo en la sostenibilidad. Por ello, quienes realizan actividades en el ámbito financiero deben tomar conciencia de que sus decisiones, con un enorme potencial, pueden transformar el escenario actual, pues llegan a alcanzar de manera transversal a otros sectores. Las finanzas (¿del futuro?) pueden ser sostenibles.
Una actuación financiera de los entes públicos y privados más ajustada a la realidad puede contribuir a generar un impacto positivo en la sostenibilidad
En el mundo de la economía digital, también la tecnología ha de ser puesta al servicio de la consecución de fines sociales, medioambientales y de buena gobernanza. Ahora sí es posible saber cuáles son los verdaderos costes y beneficios –no puramente económicos– de cada decisión. Lo lógico sería poder valorar tales criterios en una visión unitaria de la economía que comprenda e integre lo social, lo verde, etcétera. Estos habrían de ser tomados en consideración en todas las actuaciones, tanto empresariales como públicas, a pequeña y a gran escala, en el plano nacional e internacional. Ahora pueden empezar a advertirse algunas miradas sobre datos, holísticas, ignotas hasta la fecha.
¿Hasta qué punto es legítimo aprovechar datos captados “de serie” por robots interactivos, que no están siquiera disponibles en ocasiones para usuarios y analistas, para el propio beneficio económico particular?, ¿y dejar de hacerlo para el beneficio en términos de sostenibilidad mundial?
Como ejemplo de la magnitud de este asunto, baste pensar en la gigantesca cantidad de datos que pueden ser facilitados por un vehículo autónomo.
La diversidad del origen de los datos susceptibles de ser recopilados, puede en última instancia dibujar un cuadro inmensamente rico –quizás impresionista–, que habrá de apreciarse con la suficiente perspectiva. Tras un proceso de tal envergadura se suscita la cuestión de qué se puede hacer mejor con los datos recabados.
En este sentido, parece claro que la creciente conectividad entre la información financiera y la no financiera es una vía para avanzar en el desarrollo sostenible. Eso sí, apostando por un uso inteligente de los datos, oportunamente contextualizada para movilizar los recursos necesarios y promover la inclusión.
Apostar por un uso inteligente de los datos, oportunamente contextualizada para movilizar los recursos necesarios y promover la inclusión, puede ayudar a avanzar en el desarrollo sostenible
¿Qué tipo de “valor” aporta el Big Data a las organizaciones? Es deseable apelar a la configuración de un Big Data “sostenible”, que efectivamente contemple la recopilación, preparación y almacenamiento de grandes volúmenes de datos estructurados y no estructurados; el procesamiento y análisis de los mismos y la visualización de los resultados, pero siempre alineándose con este propósito, para así influir oportunamente en las estrategias administrativas y comerciales. Dada la omnicanalidad existente en nuestros días, en cada canal debería tratar de resaltarse de algún modo lo relevante para el desarrollo sostenible.
Si nos centramos en la digitalización de la administración tributaria, ésta se contempla como una vía para la movilización de recursos, especialmente cuando falta suficiente personal capacitado. En particular, en los sistemas fiscales modernos, el énfasis se está poniendo en las obligaciones de información, y el suministro de datos a través de la presentación de declaraciones propias o de terceros, lo que supone una “presión fiscal indirecta” de la que son perfectamente conocedores muchos ciudadanos. Los contribuyentes empiezan también a ser conscientes de que a diario ofrecen ingentes cantidades de datos con trascendencia tributaria, de maneras más o menos directas, que van a repercutir en su contribución al sostenimiento de los gastos públicos (conforme a su capacidad económica y a su impacto económico, social y ambiental).
Se percibe claramente que la transformación digital puede ofrecer resultados a la administración tributaria en la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos y, al mismo tiempo, afectar a sus procedimientos, por ejemplo, acabando con las estimaciones objetivas.
La transformación digital puede ofrecer resultados a la administración tributaria en la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos, y las administraciones tributarias de todo el mundo deben aprender a gestionar la materia prima de las revoluciones tecnológicas.
Ahora bien, en la gestión de la Administración no se debería caer nunca en la tentación de pensar que todo está en los datos obtenidos automáticamente y que no es precisa ningún tipo de interacción con el usuario. Tampoco cabe pretender que se prescinda de la relación con los funcionarios de Hacienda, de manera que las máquinas acaben tomando sus decisiones. Es fundamental la trazabilidad de toma de decisiones humanas frente a la no trazabilidad de las robotizadas mediante el uso de inteligencia artificial (en la que sí podría volcarse inicialmente un cierto “sesgo sostenible” del programador; pero éste, de forma autónoma, podría llegar eventualmente a alterarse para bien o para mal de la sostenibilidad sin explicación aparente).
En este estadio, la administraciones tributarias de todo el mundo deben aprender a gestionar la materia prima de las revoluciones tecnológicas. La disponibilidad de datos, fruto de los acuerdos internacionales de distinta naturaleza que han posibilitado el intercambio de información en materia fiscal no basta, es precisa la capacidad para procesarlos, y no sólo con fines puramente recaudatorios, sino también al servicio de los fines puestos en común en la Agenda global, protegidos constitucionalmente. No está de más señalar que, desde el punto de vista de la sostenibilidad, es probable que las agencias tributarias cuenten con datos oscuros almacenados desaprovechados, excedentes que pueden resultar útiles a estos fines.
En efecto, la gestión de los datos tributarios, por su amplitud y profundidad, puede ser uno de los aspectos críticos para lograr los objetivos de sostenibilidad en 2030. Otros datos a los que las administraciones tributarias tienen acceso podrían también valorarse a la hora de determinar la financiación óptima del desarrollo. La Agenda de Adís Abeba trató de mejorar la disponibilidad, calidad, puntualidad y detalle desagregado de los datos sobre movilización de recursos internos, el gasto y la financiación transfronteriza.
Ya existe una base de datos de indicadores de Objetivos de Desarrollo Sostenible (Global SDG indicator database) que paulatinamente va creciendo en series y registros, que pueden ir desagregándose en niveles estatales, regionales y globales, y permite medir el progreso. El Objetivo 17, relativo a las alianzas público-privadas, es de especial interés para la consecución de los restantes, y puede jugar un papel relevante en este punto, a la vista de la dificultad de revisar la adecuación de las estadísticas internacionales en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El Banco Mundial apoya el programa “Open Data” para el desarrollo (Open Data for Development) a medida de cada país, sobre todo, de los que se encuentran subdesarrollados, por sus beneficios económicos y sociales
Desde una perspectiva de derechos humanos la desagregación y recolección de datos es uno de los pilares centrales para corregir desigualdades y que nadie quede atrás. Se hace necesario innovar con soluciones tecnológicas creativas para disponer de “granular data” de procedencia variada (hasta de localización geo-espacial) y trabajar en la comparabilidad entre países. El uso de Big Data y otras fuentes no tradicionales pueden resultar cruciales en los esfuerzos hacia la sostenibilidad, mejorando la eficiencia con que se dosifican. Asimismo, los organismos internacionales han detectado vacíos informativos y lanzado iniciativas para conocer datos económicos y financieros (The Data Gaps Initiative)
Ante la escasez de la ayuda oficial al desarrollo para financiar las iniciativas de modernización de los sistemas estadísticos nacionales quizás sea posible concebir alternativas complementarias en el marco de la responsabilidad social empresarial, de carácter voluntario, y sin apenas coste por hacerse uso de los sistemas de datos ya implantados. Las iniciativas de transparencia podrían compatibilizarse para la mejor formulación de políticas públicas con decisiones más eficaces.
La estrategia presentada por la Comisión Europea para que el sistema financiero respalde la Agenda de la Unión Europea relativa al clima y el desarrollo sostenible, por el momento, aboga por un sistema de clasificación unificado de la UE, que defina lo que es sostenible y señale los ámbitos en los que la inversión sostenible puede tener mayor repercusión, etiquetando productos, apelando a los gestores de activos y a los inversores institucionales a tener en cuenta la sostenibilidad en el proceso de inversión y en la divulgación de información… Quizás gracias al Big Data, haya una alternativa tecnológica más sencilla a la ya de por sí difícil interconexión de la información disponible en circuitos centrados en criterios financieros o no financieros, que subsiguientemente desemboque en la deseable comunicabilidad de efectos entre todos ellos.
(Con la publicación de este post, Amparo colabora en la investigación del proyecto «¿Contaminan menos los bioplásticos?«, en el que trabajan los investigadores Carlos Sanz y Santiago Soliveres junto con su equipo en la Universidad de Alicante)