(Con la publicación de este post, Paloma Baena contribuye con el proyecto de investigación de la Endometriosis de Precipita, la plataforma de crowdfunding de FECYT. Paloma es experta en sostenibilidad, digitalización y políticas públicas. Máster en Administración pública y desarrollo internacional por Harvard University. Licenciada en Derecho Internacional por l’Université d’Aix-Marseille III. Exdirectiva en organismos internacionales [OECD, Banco Interamericano de Desarrollo y Banco Mundial] durante más de 15 años. Ha sido directora global de gobernanza en Save the Children International y VP de Alianzas Estratégicas y Policy de Clarity AI. Es miembro del consejo asesor de ADEVINTA Spain y patrona de la fundación Robert F. Kennedy Human Rights. Es profesora adjunta en IE School of Global and Public Affairs).

En los últimos años la inversión responsable o sostenible ha crecido de forma consistente, representado en la actualidad un tercio de los activos bajo gestión a nivel global. En España, según Spainsif, por primera vez los activos gestionados bajo criterios de sostenibilidad alcanzan un 54% y superan por primera vez a los tradicionales. La inversión sostenible confirma y a la vez da forma a una tendencia transformadora: la búsqueda por parte de inversores, consumidores, empleados y otros stakeholders de oportunidades para participar y apoyar la transformación sostenible de la economía.  

 ¿Pero cómo reconocer y dirigir inversiones, de forma comparable y apoyada en datos, hacia el desempeño sostenible? La respuesta son los datos ESG – (en inglés “environment, social and governance”) que se han consolidado como el nuevo lenguaje universal del desempeño no financiero de la empresa:  

  • (E) Medioambiente: la relación de la empresa con medioambiente, incluyendo entre otros emisiones CO2, gestión de residuos o consumo de agua; 
  • (S) Social: relación de la empresa y la sociedad, incluyendo las condiciones laborales, el respeto a los derechos humanos o  
  • (G)  Gobernanza: la propia gestión de la empresa y su rol en el entorno global, incluyendo la composición y funcionamiento de su consejo de administración o sus medidas de ética e integridad. 

Estos datos, y el ecosistema a su alrededor, han evolucionado a una gran velocidad en los últimos años: desde los “creadores de estándares” que definen las métricas que tiene sentido analizar (e.g. GRI, SASB, TCFD) a los proveedores de datos comparados de empresas (e.g. Sustainalytics, MSCI), las plataformas o grupos de acción (IMP, B-lab, CERES) o  los consultores.  Lo cierto es que hoy en día, contamos con decenas de participantes en el ecosistema global de datos ESG. Esta hiperactividad confirma que estamos ante algo más que una tendencia. Pero también es una muestra del problema de base que afecta a la calidad, confiabilidad y comparabilidad de estos datos: la falta de una definición común y globalmente aceptada de sus indicadores, metodologías de cálculo y estándares de reporte. A su vez esto genera varios problemas importantes:  

  • En primer lugar, la gran variedad e inconsistencia en los datos que se utilizan para medir una variable tipo. Un estudio liderado por Pr. George Serafeim de Harvard Business School identifica por ejemplo que las empresas utilizan más de 20 formas diferentes  para reportar datos de salud y seguridad de sus empleados.  
  • En segundo lugar, la inconsistencia de las comparaciones. Dado que partimos de métricas diferentes, no es sorprendente que la correlación entre métricas de distintos proveedores para una misma variable “ESG” sea mínima. Así lo demuestran varios estudios (CFA Institute, Government Pension Investment Fund) que tomando varios de los proveedores con métricas más amplias y establecidas demuestran una correlación muy baja o baja entre ellas. De hecho, otro estudio reciente que muestra que las empresas que brindan más divulgación de ESG tienden a tener más variaciones en sus calificaciones de ESG 
  • En tercer lugar, la opacidad de las métricas finales y metodologías de cálculo de los proveedores de datos ESG respecto a los vacíos de datos, los grupos de pares, los datos en la base de sus cálculos y las propias métricas “exclusivas” , que crean inconsistencias difíciles de discernir y solventar para inversores, empresas y otros stakeholders. 

A pesar de estas debilidades fundamentales, el uso de datos ESG en la toma de decisiones de inversión continúa creciendo.

¿Cómo podemos hacer frente a esta situación?  

Para lograr verdadero progreso necesitamos más claridad, consistencia y transparencia en los datos ESG de forma que sean verdaderamente confiables, comparables y sobre todo, relevantes. De la misma forma que tenemos estándares para contabilizar y monitorear datos financieros, debemos crear métricas comunes con metodologías comunes de cálculo para los para los datos no financieros. Este repositorio de datos no debe ser un bien privativo. Precisamente su uso y análisis transparente y generalizado permitirá dar un salto cualitativo hacia un modelo económico más sostenible: la formulación de políticas públicas (ya sean regulares o fiscales) vinculadas al desempeño no financiero. 

Avanzar en esta dirección pasa, cómo no, por las complejas negociaciones necesarias para llegar a un acuerdo de mínimos con vocación global, para el que más allá de la Unión Europea todavía falta un liderazgo claro. Mientras tanto, hay pasos que se pueden dar de forma voluntaria y en colaboración con otros actores del ecosistema de datos ESG. El primero y fundamental es la transparencia.